La Traición que Derribó al Caudillo: El Día que Emiliano Zapata Cayó en Chinameca
En 1919, una información crucial llegó a oídos de Emiliano Zapata, el líder revolucionario de Morelos. El coronel Jesús M. Guajardo, aparentemente descontento con el gobierno de Venustiano Carranza, fue escuchado, según reportes, vociferando ebrio contra el presidente. Este dato, captado por un prisionero zapatista, podría cambiar el curso de la Revolución Mexicana.
Pero, ¿por qué era tan importante la supuesta disidencia de Guajardo? El movimiento de “Tierra y Libertad” liderado por Zapata se encontraba en un momento crítico. Años de guerra y la implacable campaña de Carranza habían debilitado significativamente a los campesinos del sur.
La situación en Morelos era desoladora. Tal como describe Francisco Martínez Hoyos en su *Breve Historia de la Revolución Mexicana*, la región se había convertido en un “páramo” debido a la política de tierra quemada y una devastadora epidemia de gripe. La falta de recursos dificultaba la resistencia zapatista.
Irónicamente, el programa de Carranza, aunque reformista, no lograba conectar con la población del sur, donde Zapata aún ejercía una fuerte influencia. A pesar de los esfuerzos por modernizar la región, muchos veían a los carrancistas con recelo, acusándolos de perturbar la estabilidad local. En un México convulso, donde la lucha revolucionaria se mezclaba con el bandolerismo y la violencia, la posibilidad de sumar a un oficial desafecto como Guajardo era una oportunidad tentadora para Zapata.
Sin embargo, la desconfianza era una cualidad esencial para sobrevivir en esos tiempos turbulentos. Zapata sospechaba que la aparente deserción de Guajardo podría ser una trampa. Tras una serie de cartas, exigió una prueba de lealtad. Guajardo, con la anuencia de Carranza, fusiló a 50 soldados federales, ofreció armamento y municiones a Zapata, e incluso le regaló un caballo.
Las sospechas de Zapata eran, de hecho, correctas. El gobierno de Carranza, desesperado por pacificar el país, había urdido un plan para eliminar al líder zapatista. El general Pablo González y el gobernador José G. Aguilar reclutaron a Guajardo para ejecutar la traición.
Finalmente, Zapata, convencido de la sinceridad de Guajardo, aceptó reunirse con él el 10 de abril de 1919, en la hacienda de San Juan Chinameca.
Acompañado por una pequeña escolta de 10 hombres, Zapata se acercó a la hacienda. Al cruzar el umbral, pasadas las dos de la tarde, un clarín sonó tres veces: la señal convenida.
En ese instante, los tiradores ocultos abrieron fuego contra el caudillo. Zapata, alcanzado por las balas, intentó en vano desenfundar su pistola. Cayó del caballo, mortalmente herido. Emiliano Zapata, el líder de la Revolución del Sur, tenía 39 años.
Horas más tarde, el coronel Guajardo, el hombre que se había ganado la confianza de Zapata, trasladó el cadáver a Cuautla, entregándolo al general Pablo González.
La noticia de la muerte de Zapata resonó internacionalmente, llegando a las páginas del *New York Times*. El artículo confirmaba el asesinato del líder rebelde a manos de las tropas gubernamentales.
Para el campesinado del sur, la muerte de Zapata fue un golpe devastador. Surgieron rumores de que había sobrevivido, alimentando la esperanza de su regreso. El mito de Zapata, el líder que volvería para reivindicar la tierra y la libertad, se había forjado. Un corrido popular lo inmortalizó: “Arroyito revoltoso, ¿qué te dijo aquel clavel? Dice que no ha muerto el jefe, que Zapata ha de volver”.
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