Stone Temple Pilots Encienden la Nostalgia Noventera en Movistar Arena: Un Rock Crudo y Sin Fisuras
El secreto del éxito de Stone Temple Pilots reside en lo que mejor saben hacer: un repertorio de clásicos del rock noventero, ejecutado con precisión quirúrgica y una energía arrolladora. El pasado 20 de mayo, el Movistar Arena fue testigo de una noche donde el rock crudo y compacto de STP resonó con fuerza, demostrando que la banda sigue en plena forma.
En su esperado regreso a Chile, dos años después de su última presentación en el Teatro Caupolicán, Stone Temple Pilots ofreció un espectáculo sólido y concentrado en su propuesta musical. La fórmula, heredada de leyendas como Led Zeppelin y reinventada en los años 90, se basa en un sonido directo de power trio complementado por un cantante carismático.
Como bien decía Simon Reynolds, cada generación anhela revivir y mitificar su juventud musical. Para los fans rockeros que llenaron el Movistar Arena, fue una noche cargada de nostalgia y reencuentro con los himnos de su adolescencia.
En una época dominada por el autotune y la música urbana, el rock resurge con una nueva fuerza. El público, entregado desde el primer acorde, coreó con pasión *Unglued*, uno de los temas icónicos de *Purple* (1994), un álbum considerado un clásico moderno.
Liderados por los hermanos Dean y Robert DeLeo, Stone Temple Pilots no defraudan a su público. Ofrecen un viaje en el tiempo, reviviendo sus grandes éxitos y reafirmando su estatus como una de las bandas más influyentes de los 90.
Dean DeLeo, con sus riffs saturados y su virtuosismo a la guitarra, es el alma sonora de STP. Su habilidad con el slide, demostrada en una sección instrumental previa a *Big Empty*, rinde homenaje a la tradición zeppeliniana, aunque con un estilo propio y menos exuberante.
Robert DeLeo, al bajo, complementa a su hermano con un estilo único que evita las tónicas predecibles, creando un acompañamiento armónico complejo y lleno de matices, especialmente palpable en *Big Empty*.
La poderosa batería de Eric Kretz, con influencias de John Bonham y Steve Gadd, completa el sonido característico de la banda. Con una puesta en escena sencilla, centrada en la música y un efectivo juego de luces, Stone Temple Pilots transportaron al público a la era dorada del rock.
El legado de Scott Weiland es innegable, pero Jeff Gutt ha sabido asumir el rol de frontman con personalidad y talento.
“Santiagoo!”, gritó Gutt antes de interpretar *Wicked Garden*, un clásico de *Core* (1992). Su voz, potente y llena de matices, honra el material original y demuestra su dominio del escenario. En *Dead & Bloated*, donde la voz arranca comprimida, Gutt brilló con luz propia.
Gutt no es un imitador de Scott Weiland, sino que recrea la esencia del rockstar. Aunque no reproduce los movimientos y la carga sexual de Weiland, su presencia escénica es innegable. Domina el escenario, interactúa con el público y concentra la atención en los momentos clave.
En temas como *Down*, la ausencia de la exuberancia de Weiland se hizo notar, pero Gutt supo rendir homenaje al legado del fallecido cantante con pequeños guiños, como el pañuelo al cuello y el gorro militar. En el encore, con *Kitchenware & Candybars*, demostró su versatilidad vocal.
Con un repertorio repleto de himnos como *Vasoline*, *Plush*, *Interstate Love Song* y *Trippin’ on a Hole in a Paper Heart*, Stone Temple Pilots ofrecieron una noche inolvidable. La nostalgia noventera inundó el Movistar Arena, dejando al público satisfecho y reafirmando el talento y la química de los hermanos DeLeo. Su fórmula es sencilla pero efectiva: conocen sus trucos, confían en su capacidad técnica y cuentan con un cantante competente. Y eso, en el mundo del rock, es más que suficiente.
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