La epidemia silenciosa de Chile: ¿Por qué la soledad se ha convertido en un problema nacional?

Más de tres millones de chilenos se sienten solos. La soledad, lejos de ser una simple sensación, se ha instalado como una problemática social de gran magnitud en Chile. Si bien durante la pandemia llegó a afectar a uno de cada cinco habitantes, este sentimiento persiste y no discrimina: jóvenes, adultos mayores, cuidadores, personas desempleadas o que recién se independizan, todos son vulnerables. ¿Qué está pasando en la sociedad chilena?
La respuesta es compleja y multifactorial. La digitalización, paradójicamente, ha exacerbado el problema. Las redes sociales, en lugar de conectar, a menudo generan presiones y dificultan la formación de vínculos profundos y significativos, especialmente entre los jóvenes. A esto se suma un estilo de vida cada vez más individualista, con hogares unipersonales y condominios cerrados que limitan la interacción comunitaria. El tiempo, ese bien escaso, se consume en obligaciones laborales y personales, dejando poco espacio para el encuentro con otros.
Según Esteban Calvo, decano de Ciencias Sociales y Artes de la Universidad Mayor, e investigador en estudios internacionales sobre soledad, “esta no es solo resultado de deprimirse, aislarse o envejecer, sino una construcción social estrechamente vinculada al tipo de sociedad y a la desigualdad económica”. Un estudio reciente publicado en la revista *Aging and Mental Health*, en el que participó Calvo, desafía la creencia de que la soledad es exclusiva de los adultos mayores. Chile, lamentablemente, se destaca como uno de los países más individualistas de Latinoamérica, lo que contribuye a estos altos niveles de soledad. Países con mayor equidad económica y cohesión social, por el contrario, reportan menor soledad.
Pero la soledad no es solo un problema social, también es un problema de salud pública. Impacta negativamente la salud física y mental, aumentando el riesgo de enfermedades que deterioran la calidad de vida y disminuyen los ingresos. Es crucial que los diferentes sistemas de apoyo social y de salud coordinen esfuerzos para detectar y abordar tempranamente este problema creciente.
En un país donde las familias son cada vez más pequeñas, las amistades se vuelven un pilar fundamental como red de apoyo emocional. La solución a esta “epidemia silenciosa” pasa por invertir tiempo y energía en cultivar amistades y construir comunidades sólidas. Necesitamos horarios laborales flexibles, espacios públicos que fomenten la interacción y políticas que reconstruyan los vínculos sociales. La comunidad es el antídoto contra la soledad. Está en nuestras manos crear un futuro más conectado, humano y resiliente.
*Por Esteban Calvo, decano de Ciencias Sociales y Artes, Universidad Mayor.*
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